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Halláronme los guardas que rondan la ciudad,

Y díjeles: ¿Habéis visto al que ama mi alma?

Pasando de ellos un poco,

Hallé luego al que mi alma ama:

Trabé de él, y no lo dejé,

Hasta que lo metí en casa de mi madre,

Y en la cámara de la que me engendró.

Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalem,

Por las gamas y por las ciervas del campo,

Que no despertéis ni hagáis velar al amor,

Hasta que quiera.

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